¿Es necesario sufrir?
María Adela Palcos, entrevistada por Inés Garland.
El dolor es transformador, de eso no hay dudas, pero la pregunta que me
surge es: ¿Es necesario el dolor para que haya transformaciones en nosotros? En
la historia de la humanidad de los últimos miles de años, el sufrimiento ha
sido una forma de purificación y un aprendizaje para llegar a la humildad. Tanto en
el cristianismo como en el judaísmo el sufrir tiene un lugar preponderante y es
la consecuencia inevitable de nuestros pecados. Es indudable que el sufrimiento,
sea un sufrimiento psíquico o un sufrimiento físico, es una herida a la vanidad
y al orgullo y los hace caer en un pozo difícil de sondear. El cambio en la persona es inevitable, aunque, en el
momento en que se queda fijada en el dolor, ya no hay cambio
ninguno. Instalarse en el dolor puede volverse una mecanicidad, diferente a la
que se tenía antes, quizás, pero igualmente mecánica. Es cierto, sin embargo,
que el dolor puede realmente llegar a ser un empujón hacia algún tipo de
transformación. Creo que la humanidad en su evolución está entrando en un nuevo
paradigma en el que el dolor no es indispensable como aprendizaje. El tema es
que, para transformarse sin pasar por el dolor, hay que estar mucho más
despierto. Hay que practicar el desapego mucho más consciente y profundamente,
ser capaz de desapegarse de las propias convicciones, de las costumbres
familiares, de las creencias, de los hábitos que uno va tomando hasta en las
más pequeñas cosas ─ por no hablar de los hábitos emocionales y los hábitos
mentales que son muy fijadores.
También es necesario reconocer la existencia de una postura social de
respeto hacia el dolor. Muchas veces las personas se quedan en el dolor porque
en el momento en que empiezan a ser un enfermo de algún tipo, una víctima,
reciben la atención, el respeto y la compasión de los demás. La mayoría de nosotros nos sentimos mal si no tenemos
una actitud misericordiosa hacia alguien que está sufriendo. Entonces, de
alguna manera, el dolor atrapa a la víctima del dolor y al testigo de lo que
está sucediendo a esta persona o a este grupo humano ─ porque a veces es todo
un grupo humano el que sufre. El que está como testigo de alguna manera está
involucrado, tiene necesidad de mostrar su misericordia y su lealtad hacia el
que sufre. Todo esto va creando un modo de estar en el mundo. El dolor pasa a
tener un lugar muy especial: un lugar de prestigio. Sufrir es prestigioso.
Sustraerse a esto es muy difícil. Se nos acusa de frialdad, indiferencia o
dureza si no entramos en este clima social de apreciación del sufrimiento. No
es que a mí no me pase como les pasa a todos: me da tristeza ver el sufrimiento
en otros, me da compasión, me da autocompasión si estoy sufriendo, paso por la
misma gama de emociones que cualquiera. Pero hay una parte de mí que no está de
acuerdo con esta manera de ver y sentir el sufrimiento. “Sufrir junto” no ayuda
al que sufre. Tengo la impresión de que energéticamente
añade más sufrimiento, le da más razones para que realmente eso sea un
sufrimiento y no colabora a que pueda verlo desde otro ángulo, verlo desde “es
un suceder” y darse cuenta de que, como todo suceder, necesita aceptarlo.
Mientras más ampliamente lo acepte más podrá tomarlo como parte de la vida. El dolor y el
sufrimiento no deben convertirse en el escollo donde la vida se detiene sino
que deben ser tomados realmente con su gran potencial transformador.
En general creo que, cuando la persona está sufriendo, hay que mirar más su
otro aspecto. No es toda la persona la que está sufriendo sino una partecita de
su totalidad. Yendo al cuerpo, si tengo una artritis que me impide hacer
ciertos movimientos, es una parte de mí que sufre por eso, pero no toda otra
parte que puede vivir y sentir y hacer otra cantidad de cosas que no me están
vedadas. Y lo mismo si tengo un sufrimiento porque perdí un hijo ─ pongamos uno
de los sufrimientos más grandes que existen ─ igual hay una parte de mí que
está en otros andariveles de la
vida. Puedo tener un espacio negro, pero necesariamente voy a
salir porque estoy viviendo, la vida continúa y me trae nuevos sucederes. Mi
idea general es mirar esas otras facetas, tanto en mí como en los demás, y
ayudar a los demás a que las miren.
¿Cuál es el significado profundo de ese suceder que no es agradable y que no
es, aparentemente, lo que yo hubiera elegido? El ser de cada uno no es algo
pasivo al que le caen las contingencias encima. Es un ser creador. Aunque
resulte difícil de entender, creo que nuestro ser más profundo elige pasar por
experiencias que nuestra conciencia ordinaria rechaza. Una depresión, una
tremenda pérdida, una enfermedad que me lleva
a una situación límite frente a la muerte, pueden ser vivencias que mi ser más
profundo haya elegido. Son creaciones mías en un nivel de conciencia que no es
la conciencia habitual, en un nivel de ser que no es el que habito cotidianamente, pero que existe. Es con esta visión que
pienso que uno podría aprender, crecer, transformarse sin necesidad de
sufrimiento inútil.
Creo que como humanidad en general no hemos llegado todavía a ese nivel de
ser (debe haber, claro, algunos seres privilegiados que sí lo han hecho). En la
medida en que estemos más conscientes, en un nivel de ser más amplio, podremos
vivir como si estuviéramos en la cúspide de una montaña desde donde podemos
contemplar un panorama más amplio, y seguramente encontraremos otros caminos que no sean el del sufrimiento para darnos
cuenta antes de las cosas que debemos traer a la conciencia. Igual
que cuando uno está conduciendo un auto y puede distraerse y chocar o puede
percibir un instante antes y hacer una maniobra para no chocar.
El origen del dolor en el cuerpo:
Tengo la impresión de que una de las experiencias primeras que tenemos como
bebes recién nacidos es darnos cuenta de lo que es la sensibilidad al dolor. El
bebe agarra algo suavecito o algo que lo pincha o algo caliente y ahí empieza a
experimentar lo que es el dolor aparte de que empieza a experimentar lo que son
otras sensaciones: el goce de algo suave, el perfume de su mamá, algo
placentero. El dolor de tener una sensibilidad corporal es uno de los traumas
del nacimiento, de entrar en la materia, de ser de pronto materia sensible.
Creo que darse cuenta de esta “vulnerabilidad” es uno de los rasgos principales
de la condición humana. Y esa
vulnerabilidad viene junto al miedo al dolor y es una constante en nuestra
vida. El umbral de dolor tiene el beneficio de salvar la vida. Si uno no tuviera
el umbral de dolor podría seguir experimentando el dolor hasta la muerte. Y el dolor
existe junto al miedo al dolor.
El dolor psíquico tiene otras características, aunque está unido al físico
cuando el físico se hace cargo de algo que era anímico y que, como decía antes,
se esconde en el cuerpo y nos condiciona. Los dolores psíquicos se manifiestan
en un vivir a media máquina, en no vivir plenamente, en no dejar que los nuevos
acontecimientos me penetren de la misma manera. Forman una armadura, lo que
Willhem Reich llamaba “una armadura caracterológica”, una coraza que impide
vivir en plenitud justamente por miedo al dolor físico y al dolor psíquico.
Pero al instalarse en el físico da una posibilidad de hacer algo más
específico, y, la ventaja de tener un cuerpo, es que nos trae a la conciencia
de manera muy concreta lo que tenemos que trabajar y nos ofrece muchos caminos para hacerlo. Una vez que un dolor se
manifiesta en el cuerpo, me obliga a ocuparme de él.
El dolor tiene sonidos, tiene palabras, tiene formas que se pueden pintar o
dibujar. En el caso de la pintura, fui testigo de su efecto curativo aún en
casos en que la persona no se había propuesto pintar su dolor. En la pintura
abstracta de una persona con un terrible dolor del trigémino, descubrimos una
zona del cuadro que representaba todas las partes involucradas en el dolor. Y,
después del cuadro, el dolor desapareció.
A veces las personas se resisten a experimentar con estas maneras de aliviar
el dolor y esto parece muy extraño. Pero en la resistencia hay dos aspectos.
Por un lado existe una resistencia al cambio:
en la falsa personalidad[1], el dolor tiene un lugar importante. La persona se
reconoce como víctima y se identifica como tal. Recuerdo un caso concreto en el
que una mujer se había identificado como “la asmática” de la familia. Era la
depositaria de todas las debilidades y enfermedades de la familia, y todos la amaban
y la cuidaban. Sufría
ataques de asma que no la dejaban dormir y tenía tremendos problemas
articulares. Todos los otros integrantes de la familia estaban sanísimos y ella
estaba convencida de que “esa era ella” Me parece que así sucede con muchas de
nuestras identificaciones. La identificación con el dolor, con la victimización
es muy poderosa.
Como con cualquier apoyo de la falsa personalidad, éste es delicado de
sacar. El pacto con la negatividad, con el que trabajamos en el Sistema, es,
muy frecuentemente, un pacto con el sufrimiento. La alternativa aparece cuando
la persona empieza a lograr una desidentificación con el “yo soy porque soy una
víctima” (dicho mal y pronto, porque no es esa la manera en que se expresa
dentro, pero la identificación inconsciente es esa). Cuando logro salirme y
puedo verme, se abren otros caminos.
Puedo tener conciencia de ser de muchas maneras posibles, incluida la de
víctima, pero no soy porque soy víctima.
Cuando tomamos la responsabilidad de nuestra vida, dejamos de ser víctimas.
Gurdjieff decía que para sacar un ladrillo hay que poner otro. Para sacar un
falso apoyo [2]la persona tiene que tener otros. El falso apoyo, en este caso,
es el sufrimiento y la postura corporal que acompaña: yo soy porque sufro. Y lo
otro es: me hago responsable de mi salud,
de mi bienestar. Y ese es el otro ladrillo, el que reemplaza al de la
identificación con el sufrimiento.
Así, en una instancia mucho más profunda, aparece el reconocimiento y la
conexión con el propio Ser, aquél que no depende de las circunstancias de vida.
En esa instancia salimos de la fantasmagoría y entramos en la Realidad con
mayúsculas, en toda la riqueza y variedad que la Vida nos ofrece.
María Adela Palcos es la fundadora del Sistema Río Abierto que tiene sus
inicios en los años ‚60. Hoy en día es Directora de Río Abierto Internacional,
con sedes en Argentina, Uruguay, Brasil, Méjico, España, Italia, Suiza, Estados
Unidos y Rusia.
Inés Garland es escritora e instructora del Sistema Río Abierto.
[1] El concepto de “falsa personalidad” es uno de los centrales del Sistema.
Muy sintéticamente, la “falsa
personalidad” es la que armamos a partir de la aceptación o rechazo de ciertos
aspectos de nuestra personalidad. Los rasgos rechazados pasan a ser negados y
los rasgos aceptados son los que mostramos al mundo y reconocemos como propios.
Esta personalidad nos ata y nos limita sin dejarnos desarrollar toda la gama de
posibilidades que tenemos como seres humanos.
[2] En nuestro Sistema trabajamos con la experiencia de que nuestra falsa
personalidad tiene falsos apoyos psíquicos y físicos que es necesario trabajar
conjuntamente.
[Nota publicada por la Revista Kiné,
Nº 88, año 2009, pag 17.]